Cuantas
oportunidades se esfuman de nuestras manos por esos temores que asoman la
cabeza en el momento de las decisiones. Y no es que queramos o busquemos ser
temerosos, de hecho, creo que a nadie le gusta que lo tilden de miedoso, sin
embargo, si hacemos memoria tal vez podamos encontrar en nuestro pasado
momentos en que perdimos batallas a veces antes de haber saltado a la cancha,
sea por pesimismo, desconfianza, dudas, falta de fe, “exceso de realismo” o como lo
queramos llamar. En el fondo, temor a secas. Una vez
escuchando una enseñanza sobre este tema, capté una frase que respondió a mis
inquietudes: “no se trata de no hacer las cosas porque se dice que se tiene
miedo; se trata de hacerlas igual con todo y miedo, es la única manera de
realmente desarrollar la virtud contraria”. Y es muy cierto porque una de los
efectos directos del miedo es que nos paraliza, es lo primero que uno
experimenta (segundos antes de salir corriendo en dirección contraria). Y en
ese momento de para, por un segundo percibimos ese frío aterrador intuyendo que
sucederá algo que no deseamos, o tal vez experimentamos el sinsabor de la duda,
o el pesar por arrepentirnos de algo que íbamos a hacer y que ya no haremos.
¿Cuesta tanto creer en nosotros mismos? ¿Vale la pena arriesgar por hacer aquello
en lo que uno CREE?
Nuestra conciencia está siempre dispuesta a auxiliarnos, asumimos que ella no nos puede mentir; sin embargo, he aquí una de las razones de la peligrosidad de esa supremacía que nuestros miedos pueden llegar a conseguir: mi conciencia puede realmente creerle a mi miedo y aceptar que pues sí, soy un perdedor, valgo poco, no vale la pena creer en mí, no tiene valor arriesgarme por defender aquello en lo que creo, para qué?. Y el citado temor crece, se siente, se huele, nos invade, se apodera de nuestras respuestas, de nuestros comentarios, de nuestros sentidos, terminamos siendo y transmitiendo ese miedo. Pero la buena noticia es que mi conciencia puede cambiar de parecer.
Nuestra conciencia está siempre dispuesta a auxiliarnos, asumimos que ella no nos puede mentir; sin embargo, he aquí una de las razones de la peligrosidad de esa supremacía que nuestros miedos pueden llegar a conseguir: mi conciencia puede realmente creerle a mi miedo y aceptar que pues sí, soy un perdedor, valgo poco, no vale la pena creer en mí, no tiene valor arriesgarme por defender aquello en lo que creo, para qué?. Y el citado temor crece, se siente, se huele, nos invade, se apodera de nuestras respuestas, de nuestros comentarios, de nuestros sentidos, terminamos siendo y transmitiendo ese miedo. Pero la buena noticia es que mi conciencia puede cambiar de parecer.
Cuando
niño, a los 8 o 9 años, viví una etapa así. Vivía preso del temor a las
alturas. Acrofobia me dijeron que se llamaba el problema. Vivía entonces con mi
familia en un segundo piso en un agrupamiento habitacional y al mirar la escalera
de la torre que conducía al piso tres de la misma no me animaba a subir. Solo
subía hasta el segundo piso que era en donde estaba mi hogar. Desarrolle un
pánico terrible a la sola idea de subir más alto. No podría por ello ir a jugar
a la casa de amigos que vivían en el tercer piso, no asistía a esos
cumpleaños, simplemente porque no subía. Esa situación era extrañísima para mi
familia, sobre todo porque varios años atrás, siendo yo muy pequeño, había
vivido con ellos en esa misma zona y en un departamento en un piso 3…??? Por
qué entonces ahora esta situación tan bochornosa. Ya se imaginan, mis pares se
burlaban, me señalaban y empezaban a identificarme no por mi nombre sino por
esta conducta: “el chico que no puede subir al tercer piso”.
Mucho me
conversaron mis padres y mis abuelos sobre el tema y eso fue muy bueno ya que
pude llegar a identificar cuando nació ese temor. Ello fue al espectar en la TV
un suceso que me shokeó: un entonces conocido animador que promocionaba un
nuevo programa suyo de concursos, payaseando se trepó a la baranda del piso en
el que estaba dando entrevistas a medios, y al comenzar a caminar por dicha
baranda, al tercer paso resbala y cae, llega a agarrarse de la baranda, pero la
fuerza de la caída lo impulsa a caer por fuera del edificio. Fue muy
impactante, considérese que fue una transmisión de un accidente en vivo. No
murió, pero tuvo serios daños. El programa se suspendió. Y ahí algo en mí se
dañó. Esa baranda parecía la de mi colegio, ese tipo pude ser yo, esa caída
pudo pasarme a mí. Ese daño pudo ser mío. Ese lugar no es para mí. Mi
conciencia me protege, es verdad. Me cuida, pero haciéndolo de esta forma me
resta vida, libertad, autonomía y me genera rechazo, señalamiento, burla….
Entonces comienza la lucha interior esa que todos experimentamos cuando estamos
entre lo que creo que puedo hacer y lo que no hago por mil motivos buenos o al
menos lícitos.
Recuerdo
la vez que me cargaron entre varios chicos y trataron de subirme a la fuerza
por las escalinatas del block: lloré y grité porque me resistí a esa acción.
Hasta que una tarde, solo, hasta el punto de que ni gente había en la calle, me
senté a contemplar esa escalinata y me decidí a ver hasta dónde podía subir. No
pensé en llegar a la cima, solo pensé en ir subiendo poco a poco, y empecé a
hacerlo, miraba a los laterales, divisaba las demás viviendas, experimentaba
cierto vértigo, pero me hablaba a mí mismo dándome calma y ánimo, subía y
bajaba, y luego de nuevo, subía un poco más y bajaba, pisaba fuerte cada
escalón, quería experimentar que ese lugar era
seguro, quería sentirlo. En ese tipo de Block (edificio) el tercer piso es en realidad un cuarto
piso, ya que los departamentos del segundo piso son dúplex, entonces este subir
al tercer piso, era en realidad ascender del segundo al cuarto piso en una
escalinata abierta que tiene una base central alrededor de la cual está la
escalera propiamente dicha y dicho recorrido implica dar unas cuantas vueltas
en ese ascenso. Uno va subiendo y la vista mejora, se siente la brisa, todo se
ve más pequeño. No sé bien cómo pero cada vez estaba más cerca de llegar al fin
del camino. Hasta que llegué al tercer piso y toqué la puerta de la casa de un
amigo. Cuando él me vio asombrado grito “¡Papá, Tito subió al tercer piso!” –
acto seguido sonrió y se acercó y cuando estreché su mano sentí un alivio único,
algo había conseguido esa tarde. Miré desde lo alto el panorama, ese que me
estaba negando a mí mismo y entonces una vocecita me susurró: ¿cómo que no se puede?. Mi
conciencia estaba ahí, ella entendió y tuvo que asentir. En adelante ese temor
fue historia. Y recordando ese instante especial reafirmo lo dicho al
principio: no se trata de experimentar la valentía para luego dominar el temor,
es al revés señores: es hacer lo que se tiene que hacer con todo y miedos. Si
debo correr y mi miedo me quiere paralizar, pues correré con mi miedo también,
lo subo a mis hombros y aunque pese mucho, pues que venga también conmigo, correremos
igual porque no voy a dejar de hacer lo que debo.
Mucha gente que me conoce hablando en público y animando siempre
a los demás cree que uno es ajeno a cosas como esta que narro, pero como ven,
la realidad es la realidad. Y mis temores siempre me han ayudado a verme con veracidad, tal
como soy. Cada uno sabe que temor lo asola, lo acecha y por
momentos incluso, lo domina. Por eso cuando ví el video clip que posteo a
continuación, de la cantante Ingrid Michaelson, sentí que yo era una de esas
personas que con miedo y todo, podían animarse a hacer eso que los atemoriza.
Los invito a hacerlo…bueno primero, los invito a ver el video, a mi me encanta.
Me es muy aleccionador verlo cada tanto así uno no se olvida de dónde viene.
Elogio y mucho a las personas con voz pública como esta artista, que se animan
a hacer uso de una plataforma tan poderosa como la audiovisual con el fin de
dar un mensaje trascendente que va más allá de la sola intención de vender su
arte. Es gente que también va superando miedos, como tú, como yo.