Suele
suceder con frecuencia que ante circunstancias de nuestro hoy que nos
desilusionan y perturban, citamos aquel tan viejo como conocido dicho
popular: “porque todo tiempo pasado fue mejor”. Las noticias amargas, los
desencantos, las promesas incumplidas, los negocios que no cerraron, los hábitos de conducta de las nuevas
generaciones, la gran diferencia entre la forma de vida actual y la que nos tocó experimentar años atrás y un largo
etcétera, forman parte de ese cúmulo de razones que le dan sustento a este
enfoque, entendiendo que lo mejor de la vida ya pasó.
Es
probable que no creamos al 100% en esta máxima por más veces que la repitamos.
Sin embargo es entendible que dado que todos abrigamos en nuestra memoria,
hermosos momentos vividos al lado de personas a las que amamos ó etapas de
nuestra vida en la que nos tocó gozar experiencias placenteras, es entendible que podamos repetir la frase sin reparar en que puede no ser lo mas saludable anidar esa idea en nuestra mente.
Los buenos momentos nos arrancan una sonrisa con su sola
evocación y en ocasiones, en un abrir y cerrar de ojos, nos transportan a circunstancias de un pasado que ya no existe pero que se percibe hoy en nuestra memoria tan vivo como hace 10 ó 20 años que fue cuando eso aconteció. Entonces ¿recordar es negativo? Por el contrario, hacerlo nos pone en contacto con momentos placenteros que probablemente tuvieron un gran significado para nosotros cuando sucedieron y esa evocación nos alegra el día. Incluso muchas veces este recordar lo hacemos entre amigos en medio de conversaciones o reuniones en donde podemos reir o emocionarnos recordando. Sin embargo el pasado tiene un efecto imán para muchas personas: las absorve, las introduce en el tunel del tiempo y logra retenerlas ahí. Entonces sucede que notamos que todo su hablar, decir y pensar giran en torno a lo que sucedía antes: las costumbres que se perdieron, usos y productos que pasaron de moda (lo que acarrea los odiosos comparativos), en fin, genera esto innumerables juicios críticos de nuestro dado que es mirado desde el prisma del pasado.
Creo que muy inconveniente quedarnos en el pasado y
sacarle el protagonismo al presente. Nuestro pasado es nada menos que nuestra
propia historia. Nuestra identidad se ha ido construyendo sobre esa base, cómo
no considerar su importancia. Sin embargo, pese a ello, nuestro pasado no
alcanza para definir quienes somos hoy y quienes seremos mañana. Día a día y
con cada paso que damos, afirmamos nuestra personalidad, nuestro estilo,
nuestra visión. Es decir, nos seguimos “haciendo” al caminar, no somos una obra
concluida. Todos los días tenemos la oportunidad de ser mejores personas o no.
La sola evocación del pasado no construye “per se” un futuro.
Los
seres humanos pasamos de la alegría al llanto como pasamos de la prosperidad a
la necesidad o de la incertidumbre a la certeza. Nuestra vida transita por un mar de opciones y ocurrencias en
donde podemos encontrar de todo (lo bueno y lo malo) y no es verdad que lo bueno se aloje en una etapa de la vida (pasado) y lo malo en otra (presente); cada etapa tuvo de todo y aún las etapas complejas como la actual pueden contener experiencias sumamente enriquecedoras que tal vez en tiempos buenos no nos tocó vivir. Podemos experimentar inclusive sentimientos contrapuestos, como por ejemplo cuando nos ha tocado experimentar sentimientos de
preocupación y sufrimiento por algunas circunstancias y paralelamente hemos vivido también en otro ámbito, experiencias satisfactorias. Ambos
estados extremos pueden coexistir en nosotros, una cosa no merma la otra. Asirnos más fuertemente a lo negativo es muchas veces consecuencia
del impacto que estos sucesos han tenido en nosotros. Quienes han experimentado en su pasado vivencias de mucho sufrimiento no ven en ese pasado un escenario amigable. Por eso el pasado, pasado es y es clave poder abrir esa ventana cuando sea necesario y luego, cerrarla para que nuestro foco vuelva al terreno del aquí y el ahora.
“La frase 'todo tiempo pasado fue mejor' no indica que
antes sucedieran
menos cosas malas, sino que -felizmente- la gente las
echa en el olvido. ”
― Ernesto Sábato, (“El túnel”)
La
tentación de la melancolía escondida detrás de la referida frase, nos permite
avizorar en nosotros y en nuestro presente, carencias: ausencia de afecto, de felicidad, de contención, de éxito, de proyecto de vida, de sentido y estas carencias influyen en nuestro carácter y en
nuestro modo de responder ante la realidad. Ese pasado que tanto añoramos, fue tal vez aprendizaje y crecimiento, y si la nostalgia nos invade al evocarlo es probablemente porque algo de eso le está faltando a nuestro presente.
¿Y
el mañana qué? ¿Es que soñar es una etapa concluida propia de mi niñez o mi
juventud? Mi mañana necesita de un hoy esperanzador, optimista, maduro,
consiente de mí mismo y por sobre todo soñador. Los errores de ayer, los
tropiezos, lo bueno y lo malo, todo, nos dota de sabiduría práctica, esa que no
se aprende en aulas ni por emulación sino en la escuela de la vida. ¿Podemos
entonces esperar un mañana mejor o no?
Yo creo que sí. Nuestro hoy es nuestro mejor momento si tomamos la
decisión de vivir cada día con renovado entusiasmo ("Carpe diem": vivir cada día
como si fuera el último) y enfocados en proyectos que doten de sentido trascendente a nuestra existencia. Si nuestro pasado nos lega bellos recuerdos, es para que nunca le perdamos la fe a la vida, esa larga carretera que recorremos incansablemente y que en el momento menos pensado nos puede sorprender con vivencias inimaginables.
Finalizo
con esta frase emblemática del inmortal Luis Alberto Spinetta, (músico y cantautor argentino), incluída en el
libro “Antología del Rock Argentino: la historia detrás de cada canción”, de
Maitena Aboitiz (Ediciones B): “Mañana es mejor”.