lunes, 17 de septiembre de 2018

CUANDO YO ME TRANSFORMO EN MI PROPIO ENEMIGO



Es probable que en más de una ocasión nos hayamos llevado las manos a la cabeza en señal de malestar, consternación ó asombro luego de experimentar consecuencias de ciertas acciones nuestras que no esperamos que generaran tanto malestar. No imaginamos ni supusimos que algo así podría suceder, pensamos que lo hecho no generaría tal impacto y/o situaciones de conflicto. Mas allá de lo grave del hecho, cierto es que hay sucesos delicados que ponen en evidencia lo más bajo de nosotros, eso que tal vez nunca desearíamos que se diga o vea de nosotros pero que existe y que nos afecta en mucho, no sólo porque daña nuestra imagen sino porque esta dentro nuestro y contamina nuestra animosidad, nuestra identidad propia y nuestra voluntad de ser de una forma determinada (de la que a veces terminamos distanciándonos); esto ademas afecta relaciones personales, proyectos y compromisos de diversa índole. Volviendo al hecho, ¿qué sucede en la trastienda de estas situaciones? 


Más allá del error está nuestro yo buscando argüir alguna justificación para lo sucedido, o en otros casos minimizando el hecho ó juzgando con excesiva severidad a los otros implicados o buscando culpables entre estos como si mi estabilidad dependiera de verme inocente aún por encima de mis faltas. Y es en momentos así cuando me transformo en mi propio enemigo: deseo salir del fango cenagoso y mas me hundo en él; digo que quiero paz y no ceso en mi alteración; insisto en predicar que brille la verdad pero sigo manteniendo en las sombras todo lo que no quiero cambiar. Y lo peor es que todo mi entorno empieza a percibirlo…todos, menos Yo.

En situaciones así puedo constatar cierta pérdida de conexión con la realidad, todo mi decir y mi razonar parte y termina en los preconcebidos supuestos antes citados. Termino enfrentado conmigo mismo por mis propios errores dañándome a mí y a mi entorno. Pero, ¿cómo llegue a esto? ¿Era previsible esta situación? Creo útil contemplar todas aquellas situaciones que pueden llevarme a escenarios como este que refiero en los que me transformo en mi propio enemigo:   

  • Cuando ante una falla mía opto por defenderme de la opinión o juicio de los demás anticipando la reacción de los otros. Termino las más de las veces mostrándome de la peor forma, comunicando en síntesis otro aspecto de mi personalidad mas espantoso que el primero por el cual se generó el conflicto.

  • Cuando mi misma boca me mete en problemas al decir algo fuera de lugar que ofende a terceros aun cuando esa no fuera en principio mi expresa intención. En ocasiones uno arguye que fue un acto de exceso de autenticidad dado que parece ser una buena forma de justificarse huyendo del reconocimiento del error; mas no es sino una forma de autoafirmarse tras de una virtud, para generar un auto-convencimiento de que se está obrando de la mejor forma pese a saber que esto no fue así.

  • Cuando intento forzar la realidad para que los sucesos por vivirse se ajusten a mi conveniencia. Esa devoción por tener el control de todo no hace sino mostrarnos ante otros como personalidades temerosas que no pueden aceptar co-existir con la ausencia de seguridades y que para proseguir en el camino dependen de contar con “imprescindibles garantías” puesto que ven con pavor la existencia de riesgos y márgenes de error. De ahí la obsesiva procura de certezas absolutas como si en esta vida realmente pudiésemos contar con ellas.

  • Cuando no me perdono por errores del pasado y ello me genera complejos y culpas de las que capaz nadie de mi entorno hoy me responsabiliza, solo Yo. Muchas veces logramos obtener el perdón de quienes fueron dañados por nosotros sin embargo la paz fruto del perdón nunca llega a nuestra vida. La ausencia de perdón hacia nosotros mismos se torna en autocondena, tal es así que nuestra autoestima cae aplastada por el peso de nuestras culpas y una semilla de soberbia crece al creer inefablemente que nuestras faltas son las más graves de todas, las peores del mundo y que por eso no merecemos misericordia.         

  • Cuando me cuesta mucho aceptar los errores y fallas de los demás es probable que en el fondo no termine de aceptarme a mismo. No cabe duda de que el peor ataque no es el que me llega desde fuera, sino el que se produce desde dentro. Porque si bien ser traicionados es una de las experiencias mas duras de sobrellevarse, qué decir de cuando nos traicionamos a nosotros mismos! Cuando pregonando un sentir o una conducta terminamos abdicando, negándolo e intimando con esa idea que combatíamos. 


A propósito de esto último que menciono, evoco un párrafo bíblico en el que el sabio apostol Pablo refiere: “De hecho no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”. Pero acaso no es que nuestra naturaleza humana esta naturalmente siempre inclinada hacia el bien? Entonces como es eso de que elegimos el mal? Esa mala elección es también la elección de un bien aunque menor; tendemos al bien pero erramos en la elección al tomar lo mas fácil por evitar esfuerzos y riesgos. Y esa decisión es influenciada por diversos factores: mi estado emocional, mi conveniencia directa, mego, mi baja o alta autoestima ó por hábitos de comportamiento originados en patrones repetitivos de conducta que se encuentran anidados en nuestra historia personal, es decir en nuestro pasado.

Estas instancias citadas previamente son el preludio de la tormenta, la que verdaderamente se desata cuando proseguimos caminando en esa dirección pese a los riesgos que implica. Visibilizar estas situaciones en las que identifico que me transformo en mi propio enemigo, debería serme útil para internalizar este conocimiento con el fin de evitar estas nocivas transformaciones.