sábado, 10 de septiembre de 2016

PRESOS DEL TEMOR (Parte I)


Cuantas oportunidades se esfuman de nuestras manos por esos temores que asoman la cabeza en el momento de las decisiones. Y no es que queramos o busquemos ser temerosos, de hecho, creo que a nadie le gusta que lo tilden de miedoso, sin embargo, si hacemos memoria tal vez podamos encontrar en nuestro pasado momentos en que perdimos batallas a veces antes de haber saltado a la cancha, sea por pesimismo, desconfianza, dudas, falta de fe, “exceso de realismo” o como lo queramos llamar. En el fondo, temor a secas. Una vez escuchando una enseñanza sobre este tema, capté una frase que respondió a mis inquietudes: “no se trata de no hacer las cosas porque se dice que se tiene miedo; se trata de hacerlas igual con todo y miedo, es la única manera de realmente desarrollar la virtud contraria”. Y es muy cierto porque una de los efectos directos del miedo es que nos paraliza, es lo primero que uno experimenta (segundos antes de salir corriendo en dirección contraria). Y en ese momento de para, por un segundo percibimos ese frío aterrador intuyendo que sucederá algo que no deseamos, o tal vez experimentamos el sinsabor de la duda, o el pesar por arrepentirnos de algo que íbamos a hacer y que ya no haremos. ¿Cuesta tanto creer en nosotros mismos? ¿Vale la pena arriesgar por hacer aquello en lo que uno CREE?

Nuestra conciencia está siempre dispuesta a auxiliarnos, asumimos que ella no nos puede mentir; sin embargo, he aquí una de las razones de la peligrosidad de esa supremacía que nuestros miedos pueden llegar a conseguir: mi conciencia puede realmente creerle a mi miedo y aceptar que pues sí, soy un perdedor, valgo poco, no vale la pena creer en mí, no tiene valor arriesgarme por defender aquello en lo que creo, para qué?. Y el citado temor crece, se siente, se huele, nos invade, se apodera de nuestras respuestas, de nuestros comentarios, de nuestros sentidos, terminamos siendo y transmitiendo ese miedo. Pero la buena noticia es que mi conciencia puede cambiar de parecer.

Cuando niño, a los 8 o 9 años, viví una etapa así. Vivía preso del temor a las alturas. Acrofobia me dijeron que se llamaba el problema. Vivía entonces con mi familia en un segundo piso en un agrupamiento habitacional y al mirar la escalera de la torre que conducía al piso tres de la misma no me animaba a subir. Solo subía hasta el segundo piso que era en donde estaba mi hogar. Desarrolle un pánico terrible a la sola idea de subir más alto. No podría por ello ir a jugar a la casa de amigos que vivían en el tercer piso, no asistía a esos cumpleaños, simplemente porque no subía. Esa situación era extrañísima para mi familia, sobre todo porque varios años atrás, siendo yo muy pequeño, había vivido con ellos en esa misma zona y en un departamento en un piso 3…??? Por qué entonces ahora esta situación tan bochornosa. Ya se imaginan, mis pares se burlaban, me señalaban y empezaban a identificarme no por mi nombre sino por esta conducta: “el chico que no puede subir al tercer piso”.

Mucho me conversaron mis padres y mis abuelos sobre el tema y eso fue muy bueno ya que pude llegar a identificar cuando nació ese temor. Ello fue al espectar en la TV un suceso que me shokeó: un entonces conocido animador que promocionaba un nuevo programa suyo de concursos, payaseando se trepó a la baranda del piso en el que estaba dando entrevistas a medios, y al comenzar a caminar por dicha baranda, al tercer paso resbala y cae, llega a agarrarse de la baranda, pero la fuerza de la caída lo impulsa a caer por fuera del edificio. Fue muy impactante, considérese que fue una transmisión de un accidente en vivo. No murió, pero tuvo serios daños. El programa se suspendió. Y ahí algo en mí se dañó. Esa baranda parecía la de mi colegio, ese tipo pude ser yo, esa caída pudo pasarme a mí. Ese daño pudo ser mío. Ese lugar no es para mí. Mi conciencia me protege, es verdad. Me cuida, pero haciéndolo de esta forma me resta vida, libertad, autonomía y me genera rechazo, señalamiento, burla…. Entonces comienza la lucha interior esa que todos experimentamos cuando estamos entre lo que creo que puedo hacer y lo que no hago por mil motivos buenos o al menos lícitos.

Recuerdo la vez que me cargaron entre varios chicos y trataron de subirme a la fuerza por las escalinatas del block: lloré y grité porque me resistí a esa acción. Hasta que una tarde, solo, hasta el punto de que ni gente había en la calle, me senté a contemplar esa escalinata y me decidí a ver hasta dónde podía subir. No pensé en llegar a la cima, solo pensé en ir subiendo poco a poco, y empecé a hacerlo, miraba a los laterales, divisaba las demás viviendas, experimentaba cierto vértigo, pero me hablaba a mí mismo dándome calma y ánimo, subía y bajaba, y luego de nuevo, subía un poco más y bajaba, pisaba fuerte cada escalón, quería experimentar que ese lugar era seguro, quería sentirlo. En ese tipo de Block (edificio) el tercer piso es en realidad un cuarto piso, ya que los departamentos del segundo piso son dúplex, entonces este subir al tercer piso, era en realidad ascender del segundo al cuarto piso en una escalinata abierta que tiene una base central alrededor de la cual está la escalera propiamente dicha y dicho recorrido implica dar unas cuantas vueltas en ese ascenso. Uno va subiendo y la vista mejora, se siente la brisa, todo se ve más pequeño. No sé bien cómo pero cada vez estaba más cerca de llegar al fin del camino. Hasta que llegué al tercer piso y toqué la puerta de la casa de un amigo. Cuando él me vio asombrado grito “¡Papá, Tito subió al tercer piso!” – acto seguido sonrió y se acercó y cuando estreché su mano sentí un alivio único, algo había conseguido esa tarde. Miré desde lo alto el panorama, ese que me estaba negando a mí mismo y entonces una vocecita me susurró: ¿cómo que no se puede?. Mi conciencia estaba ahí, ella entendió y tuvo que asentir. En adelante ese temor fue historia. Y recordando ese instante especial reafirmo lo dicho al principio: no se trata de experimentar la valentía para luego dominar el temor, es al revés señores: es hacer lo que se tiene que hacer con todo y miedos. Si debo correr y mi miedo me quiere paralizar, pues correré con mi miedo también, lo subo a mis hombros y aunque pese mucho, pues que venga también conmigo, correremos igual porque no voy a dejar de hacer lo que debo.

Mucha gente que me conoce hablando en público y animando siempre a los demás cree que uno es ajeno a cosas como esta que narro, pero como ven, la realidad es la realidad. Y mis temores siempre me han ayudado a verme con veracidad, tal como soy. Cada uno sabe que temor lo asola, lo acecha y por momentos incluso, lo domina. Por eso cuando ví el video clip que posteo a continuación, de la cantante Ingrid Michaelson, sentí que yo era una de esas personas que con miedo y todo, podían animarse a hacer eso que los atemoriza. Los invito a hacerlo…bueno primero, los invito a ver el video, a mi me encanta. Me es muy aleccionador verlo cada tanto así uno no se olvida de dónde viene. Elogio y mucho a las personas con voz pública como esta artista, que se animan a hacer uso de una plataforma tan poderosa como la audiovisual con el fin de dar un mensaje trascendente que va más allá de la sola intención de vender su arte. Es gente que también va superando miedos, como tú, como yo.